Al atardecer del 24 de septiembre de 1625, una escuadra con pabellón de los PaÃses Bajos integrada por 17 navÃos y 2.500 hombres de armas, atacó la guarnición española de San Juan, la capital de Puerto Rico. Capitaneaba la fuerza asaltante el temible corsario holandés Bowdewyn Hendrickszoon, aquel al que nuestros hombres de mar llamaban Balduino Enrico. Aclaremos que, a diferencia de los piratas, los cuales luchaban a tÃtulo individual y en beneficio propio, los corsarios eran particulares, normalmente capitanes de barco, que actuaban según un contrato, la llamada patente de corso, atacando barcos y propiedades de cualquier paÃs al que aquel bajo cuya bandera navegan considera enemigo. La diferencia entre piratas y corsarios nunca estuvo suficientemente clara, pudiéndose considerar al mismo individuo pirata por los atacados y corsario por sus compatriotas, y expliquemos que al pirata que ejercÃa su profesión en la zona del Mar de los Caribes se le conocÃa también como filibustero o bucanero. Pues bien, una vez lograron las naves corsarias ganar la bahÃa, los holandeses se avistaron para el desembarco. En esas fechas era Gobernador de la ciudad el Capitán General don Juan de Haro, un militar curtido en las campañas de Flandes y, por tanto, de acrisolada experiencia en enfrentamientos con los holandeses. Ante la imposibilidad de evitar el desembarco por lo menguado de sus fuerzas, apenas 300 hombres, De Haro ordena la evacuación de la ciudad y dispersa guerrillas por los campos limÃtrofes; al mismo tiempo, concentra armamento y recursos en la fortaleza de El Morro. Bowdewyn ocupó la ciudad sin mayores problemas y dispuso su artillerÃa en condiciones de batir la fortaleza. El 30 de septiembre, los sitiadores envÃan una misiva instando a la rendición. La respuesta del Gobernador no se hace esperar: "...me espanto que sabiendo que estoy yo aquÃ, y con trece años en Flandes, donde he visto las bravatas de aquella tierra y saber lo que son los sitios, se me pidan semejantes partidos, y si usted quisiera o pretendiera alguno ha de ser entregándome los bajeles que están surtos en este puerto, que yo les daré uno a los que hubieran menester para que se retiren." Valor y arrestos no faltan al español. El holandés ordena comenzar el ataque y su artillerÃa abre fuego contra la plaza. Dispone entonces De Haro una salida de contraataque y la encarga a uno de sus fieles capitanes, el puertorriqueño Juan de Amézquita quién, con 50 hombres, asalta las trincheras holandesas causándoles un gran número de bajas, entre ellas el propio Bowdewyn, al que se enfrenta espada en mano e hiere en la garganta. A cuantos ataques inician los sitiadores, responden los sitiados con contraataques y golpes, logrando, incluso, destruir algunas de las naves utilizadas en el desembarco. El 21 de octubre De Haro recibe un nuevo mensaje forzando la rendición so pena de ser entregada la ciudad al fuego. "Madera de sobra tienen los vecinos para rehacerla", contesta el español. La mañana del 22, San Juan amanece envuelto en llamas. De Haro envÃa a Juan de Amézquita a detener a los incendiarios. Por otra parte, otro de sus capitanes, Andrés Botello, avanza por el extremo opuesto al frente de una tropa de campesinos. Viéndose los holandeses cercados entre estos dos fuegos, levantan el campamento y en apresurada huida, retornan a sus navÃos, lanzándose muchos de ellos al mar para escapar de sus perseguidores. Aunque más de cien casas quedaron destruidas por los efectos del fuego, sus pobladores vieron con alegrÃa como después de un mes de sitio, derrotados por una fuerza inferior de soldados y campesinos, los corsarios holandeses levaban anclas abandonando en la playa gran cantidad de pertrechos y municiones.
La recuperación de San Juan de Puerto Rico fue empezada a pintar por Eugenio Cajés y concluida por sus discípulos Luis Fernández y Antonio Puga, para conmemorar otra de las victorias que inauguraron el glorioso reinado de Felipe IV. En 1625, don Juan de Haro, gobernador de Puerto Rico, venció a las tropas holandesas y devolvió a la monarquía española la soberanía sobre la isla, aunque no pudo impedir que los enemigos incendiasen la ciudad antes de huir precipitadamente en sus barcos.
Cajés representó en primer término al gobernador, enfrascado en una conversación con su ayudante y de espaldas al movimiento de sus tropas, que estaban acorralando a los holandeses y los empujaban hacia el mar. A la derecha de la escena, una columna de humo nos alerta, también, del trágico destino de la ciudad, que fue devastada por el fuego.
Natural de Madrid (1574), Eugenio Cajés —también llamado Cascese o Caxés— fue hijo de una española y del pintor Patricio Cajés, originario de la comarca italiana de Arezzo y contratado por Felipe II para trabajar en El Escorial. En este ambiente artístico comenzó el aprendizaje de Eugenio que se completó con un viaje a Roma antes de 1598.
A su regreso, contrajo matrimonio con la hija de un carpintero escurialense y comenzó a frecuentar los principales círculos artísticos de Madrid. Desde 1602 firmaba sus propias obras de pintura, afianzó su prestigio en la corte y sucedió a su padre como Pintor del Rey (1612). Estrechó lazos de amistad con Vicente Carducho, con quien realizó varios encargos de carácter religioso.
El mismo año de su muerte, en 1634, contrató dos lienzos de batalla para el Salón de Reinos, que tuvieron que ser acabados por sus discípulos y uno de los cuales ya no existe. Falleció en Madrid el 15 de diciembre de dicho año.
La recuperación de San Juan de Puerto Rico fue empezada a pintar por Eugenio Cajés y concluida por sus discípulos Luis Fernández y Antonio Puga, para conmemorar otra de las victorias que inauguraron el glorioso reinado de Felipe IV. En 1625, don Juan de Haro, gobernador de Puerto Rico, venció a las tropas holandesas y devolvió a la monarquía española la soberanía sobre la isla, aunque no pudo impedir que los enemigos incendiasen la ciudad antes de huir precipitadamente en sus barcos.
Cajés representó en primer término al gobernador, enfrascado en una conversación con su ayudante y de espaldas al movimiento de sus tropas, que estaban acorralando a los holandeses y los empujaban hacia el mar. A la derecha de la escena, una columna de humo nos alerta, también, del trágico destino de la ciudad, que fue devastada por el fuego.
Biografía del pintor
Natural de Madrid (1574), Eugenio Cajés —también llamado Cascese o Caxés— fue hijo de una española y del pintor Patricio Cajés, originario de la comarca italiana de Arezzo y contratado por Felipe II para trabajar en El Escorial. En este ambiente artístico comenzó el aprendizaje de Eugenio que se completó con un viaje a Roma antes de 1598.
A su regreso, contrajo matrimonio con la hija de un carpintero escurialense y comenzó a frecuentar los principales círculos artísticos de Madrid. Desde 1602 firmaba sus propias obras de pintura, afianzó su prestigio en la corte y sucedió a su padre como Pintor del Rey (1612). Estrechó lazos de amistad con Vicente Carducho, con quien realizó varios encargos de carácter religioso.
El mismo año de su muerte, en 1634, contrató dos lienzos de batalla para el Salón de Reinos, que tuvieron que ser acabados por sus discípulos y uno de los cuales ya no existe. Falleció en Madrid el 15 de diciembre de dicho año.